Una pareja de Nigrán convive en su casa con 19 halcones, 4 azores y 5 loros

Monica Torres
mónica torres NIGRÁN / LA VOZ

NIGRÁN

Oscar Vázquez

Rocío se lleva a diario las crías al trabajo para alimentarlas cada dos horas

08 may 2024 . Actualizado a las 00:53 h.

Manuel Comesaña y Rocío Valverde comparten una historia de amor y plumas desde hace 35 años. Este matrimonio de Nigrán vive con diecinueve halcones, cuatro azores y cinco guacamayos en su casa de Chandebrito. Todo un remanso de paz en el que se multiplica el trabajo a partir de febrero y marzo. Es pura química. La primavera la sangre altera y las aves se encuentran en plena época de reproducción, por lo que ambos estiran horarios y extreman esfuerzos para proporcionar a los miembros con pico y alas de su familia todos los cuidados necesarios, que no son pocos.

Es tiempo de cría o de muda, explica Rocío. Eso significa que, por ejemplo, se abra la trampilla de los azores, que durante todo el año han de estar separados para que no se hagan daño. El encargado es Manuel, que sube la tapa ciega de los aviarios para que las parejas se vean. «Y solo los juntamos cuando están receptivos porque las hembras son muy agresivas y pueden matar al macho», explican. Rocío se ocupa de los halcones improntados o troquelados, que son los que han sido criados desde que nacen por un humano al que consideran como de su misma especie. Es decir, que se improntan con Rocío y no con sus progenitores biológicos, como ocurre con los otro trece de la familia, que son de crianza parental.

Todos los criadores de la zona destacan su labor y experiencia en un campo especialmente delicado ya que llega casi a mimetizarse con sus aves para asegurar una crianza exitosa. Tanto es así, que durante los primeros días de vida de sus halcones, cual madre, los polluelos la acompañan las veinticuatro horas del día. Su conciliación laboral supone que sus crías la acompañan al trabajo hasta que puedan dárselas a sus padres biológicos. Pero el proceso arranca varias semanas antes porque, además de madre, Rocío ha de convencer a sus halcones de que ella es una más. «Soy la pareja de seis halcones y me llevo las crías al trabajo», afirma con naturalidad.

Oscar Vázquez

El proceso es concienzudo, meticuloso y pulcro. Solo apto para personas con clara vocación porque no hay tregua durante semanas. «Cuando viene la época de cría tenemos que estar pendientes de ellas muchas más horas. Es vocación de sacrificio, pero es precioso», defiende Rocío.

La cría arranca con el ritual de apareamiento. Como en cualquier otra especie pero, al ser halcones troquelados, «las hembras piensan que yo soy su macho y los machos que soy su hembra». Los halcones están en sus mudas o aviarios todo el año y durante todo ese tiempo Rocío se comunica con ellos haciendo los sonidos propios de la especie. «El macho me recoge la comida en la ventanita de la muda y así varias veces al día», indica.

Cuando llega en abril la época de cría Rocío entra en el aviario y le hace las reverencias y los sonidos exactos para que el macho la identifique como una congénere. «Hacemos el cortejo para que el macho sienta que estoy receptiva y copule sobre un gorro de látex y suelte el semen. Le doy un premio recojo el semen con un capilar, que es como una lámina de muestras de laboratorio», describe Rocío. De ahí se va al aviario de la hembra y repite el ritual del cortejo con las correspondientes reverencias. «Entonces ella levanta la cola y me deja inseminarla con el semen que introduje previamente en un aplicador para completar este procedimiento que se llama inseminación voluntaria», indica.

En el tiempo de cría, que arranca en marzo, hay que repetir tres veces al día este ritual. Comienzan a inseminar en cuanto ponen el primer huevo, en el mes de marzo y cada vez que recogen uno para llevarlo a la incubadora, dejan en su lugar otro falso. Así, hasta que completan la puesta de cuatro huevos por puesta y todos han de pasar 33 días en la incubadora.

Manuel y Rocío tiene cinco halcones improntados (cuatro hembras y un macho) y tres de ellas están criando este mes por lo que tienen doce huevos en la incubadora. A los diez días ya puede saberse cuántos son fértiles.

El año pasado nacieron cinco halcones. Un amigo de Granada adoptó a unos y otros quedaron en casa. Ahora tiene ya tres crías que cuida con esmero. Tanto que ha de llevarlos con ella hasta al trabajo, igual que a los guacamayos recién nacidos. «Tengo la suerte de que mis jefes me dejan cuidarlos en el comercio en el que trabajo, porque he de darles carne cada dos horas a los halcones y papilla cada tres a los guacamayos, así que me toca hacer horas extras para equilibrar los tiempos de las comidas y cumplir con la jornada laboral», dice. Rocío lleva y vuelve a su casa del trabajo con una nacedora en la que lleva sus crías de pluma y pico para que estén a 35 grados.

Comenzaron a criar hace nueve años, pero con improntados solo cuatro. El primero no ponen huevos porque aún son jóvenes y el segundo es de cortejos, por lo que en su casa de Nigrán han nacido hasta la fecha mediante inseminación voluntaria, ocho halcones.

Todos los halcones improntados son criados a mano desde que nacen hasta que son adultos, unos sesenta o setenta días. Aún puede aumentar la familia si prospera alguno de los huevos que está en la incubadora.

«Es un experiencia única que compensa cualquier esfuerzo. Es como criar un hijo», asegura esta pareja humana.