Europa y el estancamiento secular

Xosé Carlos Arias
xosé carlos arias CATEDRÁTICO DE ECONOMÍA. UNIVERSIDADE DE VIGO

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05 may 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

En el turbión de argumentos económicos de los últimos tres lustros hay una idea, tan interesante como controvertida, que ha experimentado idas y vueltas, fuerte respaldo, notable retroceso y, ahora, una cierta recuperación: el estancamiento secular. Fue en el 2013 cuando el influyente economista norteamericano Larry Summers recuperó una vieja idea de la década de 1930, aplicándola a las circunstancias posteriores a la Gran Recesión, cuando se adivinaba un período prolongado en el que los tipos de interés reales habían de ser negativos (el famoso y temido zero lower bound, ZLB) para equilibrar el ahorro y la inversión. En términos comunes, ello se traduciría en una combinación letal de baja o negativa inflación y crecimiento próximo a cero. Era la economía europea la que mejor cuadraba con esa poco alentadora perspectiva (dejando al margen Japón, plenamente inserto en ella desde 1990, motivo por el cual se ha venido hablando de una progresiva japonesización de Europa).

Algo muy llamativo en esta teoría es que sus muchos partidarios coinciden en la conclusión —y siniestra predicción—, pero discrepan en sus causas: mientras algunos hacen referencia a la desmesura de la deuda global, otros destacan razones demográficas o tecnológicas («veo la revolución digital por todas partes salvo en las estadísticas de productividad», afirmó uno de sus proponentes). En todo caso, es evidente que hasta la llegada de la pandemia, muchas cosas en la evolución de la economía confirmaban esa linea de argumentos. Pero a partir del 2020 todo cambió, al producirse dos fenómenos de gran importancia que iban completamente a contrapelo del estancamiento secular.

En primer lugar, los gobiernos de la UE mostraron que eran plenamente conscientes de que los sistemas productivos estaban ante un momento histórico de cambio, por lo que lanzaron programas de inversión público-privados antes nunca vistos. Esa apuesta inversora a gran escala a favor de una economía más innovadora, vibrante y amigable con el medio ambiente se veía como la gran oportunidad para luchar contra el temido estancamiento a largo plazo. En segundo lugar, la inesperada llegada de la nueva inflación y la mayor y más rápida subida de los tipos en medio siglo hicieron que se recordaran casi con melancolía los viejos temores al ZLB.

La consecuencia lógica fue que en estos cuatro años se ha hablado de todo menos de estancamiento secular; de hecho, el primero en retractarse fue el propio Summers. Y, sin embargo, en los últimos meses, parece estar produciéndose un cierto retorno de esa idea. Varios importantes hechos lo explican. Primero, sin que pueda darse por superado, ahora todo apunta al carácter episódico de la reciente inflación, que no debiera tardar en estar en torno o por debajo del objetivo. En cuanto a los tipos, no tardarán en bajar y, aunque nadie espera tasas reales negativas como las que hemos conocido, hay que recordar que las ideas de política monetaria han cambiado mucho en los últimos diez años, por lo que los descensos de tipos podrían ser más intensas de lo que ahora se predice.

Pero, mirando a Europa, hay otros dos asuntos a destacar: a pesar de que los grandes programas a favor de la transformación están ya lanzados (quedando ya solo dos años para su finalización), la variable inversión sigue renqueante en casi todas partes. Y sobre todo, las economías centrales —sobre todo, la alemana—, de la que todos en alguna medida dependemos, están sufriendo bloqueos en su crecimiento que no parece que vayan a desaparecer en el medio plazo. Quizá fuimos ingenuos al pensar que la doble transición se llevaría por delante al estancamiento secular. O quizá no. La incertidumbre radical consiste en eso.